FUTUROFOBIA Y LA INACCIÓN CLIMÁTICA

FUTUROFOBIA Y LA INACCIÓN CLIMÁTICA

Futuro, ra
Del lat. futūrus.

1. adj. Que está por venir y ha de suceder con el tiempo.
2. adj. Que todavía no es pero va a ser. El futuro embajador.
3. m. Tiempo que vendrá. Cómo serán las ciudades del futuro.

Fuente : Real Academia Española de la Lengua, 2022.

 

No es de extrañar la necesidad de recurrir a la etimología para entender lo inexistente en el presente, según esta disciplina, el futuro es ineludible inevitable e irreversible, ya que está por venir y ha de suceder con el tiempo, de ahí, la necesidad humana de protegerse frente a dicha línea temporal “anticipándose” constantemente para que sea predicha, especulada, postulada, teorizada y calculada a partir de datos del presente.

Si se observan las principales fuentes de datos a los que recurre esta futurología, los medios de comunicación y periódicos, que en cada edición diaria pretenden funcionar a modo de predicción y sistema de alerta frente a lo futurible, basándose en patrones sobre el pasado y el presente para determinar la probabilidad de un acontecimiento, los horizontes del mañana se vuelven catastróficos.

En un solo vistazo, estamos en guerra, en la mitad de una interrupción en la cadena de suministro, sucumbidos en la inflación, la deuda, en lucha entre las brechas del mercado laboral, en la ceguera del proteccionismo y las disparidades educativas, en una economía mundial que se sumerge en sus propias aguas turbulentas, con volcanes en erupción tan enérgicos como las constantes apariciones repentinas de políticas de ultraderecha, y por supuesto paralizados por la crisis sanitaria global producida en un mercado chino a miles de kilómetros.

En efecto, la construcción del futuro produce un hormigueo constante de inquietud.

Dicho desasosiego impide la visibilidad de los nuevos desafíos, como el aumento de las vulnerabilidades cibernéticas, la aglomeración, la competencia en el espacio, … y cómo no, el desorden de la transición climática. Según el Global Risk Report 2022[1], el informe que analiza y clasifica anualmente los principales riesgos futuribles, prioriza según su grado de severidad los siguientes riesgos para el futuro más próximo al 2022:

1.-Efectos del cambio climático
2.-Meteorología extrema
3.-Pérdida de la biodiversidad
4.–Erosión de la cohesión social
5.-Crisis de medios de subsistencia
6.-Enfermedades infecciosas
7.-Daños humanos al medio ambiente
8.–Crisis de recursos naturales
9.-Crisis de deuda
10.–Confrontación geoeconómica

Todos ellos, alterados y relacionados de manera directa con el principal actor, la mayor amenaza del mundo, el cambio climático.

Este mismo informe, analiza el sentimiento de la población frente al futuro, mediante la pregunta “¿qué opina de las perspectivas del mundo? En la respuesta, un 23% afirma sentirse “preocupado”, un 61% “inquieto”, y un 3.7%, casi en vías de extinción, reúne a la población “optimista”.

Grado de preocupación por las perspectivas mundiales. Fuente: Foro Económico Mundial (The Global Risks Report 2022)

 

Por tanto, se confirma lo anteriormente descrito, la futurofobia y la incapacidad de actuar ante ella, es una realidad latente.

Esta parálisis sobre una distopía aún por llegar puede estar causada por una creciente alienación de la naturaleza causada por, inter alia, la modernización humana y el distanciamiento emocional humano del planeta. Los desarrollos tecnológicos y los procesos de urbanización impulsan una separación emocional del medio ambiente, de la naturaleza, del planeta. Los científicos lo llaman la ´Extinción de la Experiencia`[2]. Sin interacciones significativas y encarnadas con nuestro medio ambiente, los seres humanos carecen del apego emocional para cuidar a la Madre Tierra, para contrarrestar las políticas, acciones y decisiones de largo alcance que impulsan la degradación del medio ambiente. Con un desprendimiento total de lo que es la naturaleza y de lo que vale la pena preservar, la posibilidad de que se tomen medidas a favor de nuestro planeta disminuye casi a cero. La respuesta es la ausencia de respuesta.

Esta parálisis sobre una distopía que aún no ha llegado puede ser causada también por la eco-ansiedad, que golpea especialmente a la generación Z, los nacidos después de 1995 que crecieron entre los discursos de negación del cambio climático y los escenarios del fin del mundo. La eco-ansiedad describe emociones de preocupación y miedo combinados con sentimientos de desesperanza y depresión en relación con futuros desconocidos marcados por desastres ecológicos y climáticos. Con Greta Thunberg y los movimientos del Fridays for Future, la eco-ansiedad está llegando lentamente a los discursos públicos. A menudo, la pesadez de las emociones en torno a los futuros climáticos surge de la desesperación y de la observación de la no-acción, o incluso de las contra-acciones de las entidades poderosas, que sólo alimentan el cambio climático antropogénico para que se produzca más rápido y de forma extrema. En lugar de actuar, reaccionar, tomar medidas, la gente cae en depresión y ataques de pánico. La respuesta es la ausencia de respuesta.

El desapego a todo lo vivo que no sea el ser humano, el alejamiento de la naturaleza, puede parecer la opción más deseable de las respuestas individuales, ya que no viene acompañada de una profunda desesperanza, miedo y preocupación por el futuro. Sin embargo, la eco-ansiedad demuestra al menos sentimientos de cuidado y compasión por los que nos rodean ahora y por los que vienen en el futuro. Caroline Hickman[3] propone cambiar el marco de la eco-ansiedad por el de la eco-empatía, para ver lo positivo, lo brillante de nuestra relación de cuidado con la Madre Tierra. La eco-empatía muestra que el planeta, el futuro, importa. Puede ayudar a pasar de la inacción a la reacción, a iniciar el cambio.

Está surgiendo un lento cambio en los discursos medioambientales globales. Ante la imperiosa necesidad de actuar con rapidez, en los últimos informes del Panel Internacional para la Biodiversidad y los Ecosistemas[4] y del Panel Internacional para el Cambio Climático[5], ambos publicados en 2022, se dirigen a los responsables de la toma de decisiones para que pasen de lucrarse económicamente a costa del planeta y de las generaciones futuras a priorizar el cuidado, las comunidades diversas y las conexiones con la Madre Tierra en las decisiones futuras.

Frente a la amenaza constante de la catástrofe y el fin del mundo, que nos hace creer que no merece la pena luchar ni contra el cambio climático, ni contra el capitalismo, ni contra la crisis social y de identidad, todavía existen discursos esperanzadores. El filósofo Francisco Martorell Campos dice que “hay alternativa (de hecho hay muchas alternativas), lo que pasa es que, por diferentes razones de corte sociológico, histórico e ideológico, todavía no la hemos concebido”[6]. Cada vez queda más patente que la idea de progreso individual vinculada a la sociedad de consumo sin tener en cuenta los límites ecológicos y el bienestar social, no funcionan. Durante la pandemia del Covid, por ejemplo, empezó a vislumbrarse que el ideal de progreso pasa por tener un sistema sanitario y educativo capaz de satisfacer nuestras necesidades como sociedad.

Para empezar a imaginar necesitamos nuevas narrativas, nuevas historias que nos hagan volver a soñar. Sustituir las historias fatalistas por historias sobre la belleza y la riqueza de la Tierra, y sobre nuestro propio poder como colectivo. Porque el futuro se construye desde la afirmación de uno mismo, no desde la renuncia[7]. Recuperar la imaginación, el deseo, las ilusiones, empezar a soñar y a crear futuros alternativos. Podría calificarse de optimista o iluso, pero se trata de un optimismo de quien sabe que las cosas están muy mal, y que lo emplea como combustible para el activismo y la generación de ideas disruptivas.

La coyuntura climática actual necesita imaginar estilos de vida diferentes, que busquen un equilibrio social y económico. Durante los meses más duros de la pandemia del Covid-19, por ejemplo, vivimos un espejismo de resurgimiento y fortalecimiento del tejido asociativo vecinal, impulsando iniciativas básicas de ayuda que consiguieron reducir el impacto económico y social de la covid. El mantenimiento de estas redes, adaptadas al estilo de vida de vida post-pandemia pero igualmente crítico, es crítico para el bienestar emocional y la salud en general, especialmente en los sectores sociales más desfavorecidos.

La idea del cambio de paradigma hacia un equilibrio social y económico está relacionada con otras ambiciones que pueden parecer utópicas pero que de hecho ya han empezado a ser aplicadas de manera puntual, como la implementación de un ámbito laboral diferente, con jornadas más reducidas y adaptadas a las necesidades de las personas. En este sentido, frente a una visión distópica de la automatización de los procesos productivos, podríamos pensar que la robotización puede ser una oportunidad para exigir derechos como la reducción de la jornada laboral y la renta básica universal.

Ese futuro alternativo puede pasar por una transición profunda y repentina del sistema socioeconómico en el que vivimos, pero lo más probable es que el comienzo de ese gran cambio sean pequeñas iniciativas llevadas a cabo en los márgenes del sistema que conocemos. Más allá del greenwashing de las grandes corporaciones, iniciativas como las pequeñas empresas que proporcionan energías renovables sin conexión a la red eléctrica en contextos rurales del Sur Global mejoran la calidad de vida en los hogares así como el rendimiento de los pequeños agricultores, adaptándose a las condiciones climáticas cambiantes. O como las cada vez más numerosas cooperativas de soberanía alimentaria, que además de promover productos locales y agroecológicos defienden el territorio y su cultura e impulsan un consumo responsable y un modelo de economía social y solidaria. Desde una perspectiva más técnica, cada vez son más los proyectos de adaptación climática basados en la restauración de los ecosistemas, como el empleo de manglares o arrecifes de ostras para combatir la erosión costera y las inundaciones en regiones tan dispares como Bangladesh o Nueva York (mejorando al mismo tiempo la calidad del agua, los ecosistemas marinos y los medios de vida locales).

Aunque no es fácil cambiar de paradigma de un día para otro, estas pequeñas iniciativas pueden servir de catalizadores, pruebas pilotos que ofrezcan la oportunidad de aplicar nuevas ideas que después se puedan escalar a nivel regional o nacional. Y, además de convencer a los poderes políticos, el hecho de visibilizar y dar voz a estas pequeñas iniciativas que plantan cara al derrotismo es una manera de contagiar la ilusión y despertar la imaginación que tanto escasean en esta generación futuro-fóbica. Señalan horizontes para la movilización y extienden la idea de que la catástrofe no es inevitable, que todavía podemos soñar y construir otros futuros.

 

[1] The Global Risks Report 2022, 17th Edition, World Economic Forum, 2022.

[2] James R. Miller, 2005, Biodiversity conservation and the extinction of experience, Trends in Ecology & Evolution

[3] Caroline Hickman, 2020, We need to (find a way to) talk about … Eco-anxiety, Journal of Social Work Practice

[4] https://ipbes.net/media_release/Values_Assessment_Published

[5] https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg2/

[6] https://www.eldiario.es/comunitat-valenciana/robotizacion-oportunidad-renta-basica-universal_1_1503278.html

[7] Hector García Barnés, 2022, Futurofobia: Una generación atrapada entre la nostalgia y el apocalipsis. Plaza & Janes Ediciones.

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BC3

Julia Neidig
Científica social y urbanista. Forma parte del centro de investigación BC3 (Basque Center for Climate Change) y del Barcelona Lab for Urban Environmental Justice del ICTA-UAB (Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals, Universidad Autónoma de Barcelona). Actualmente está escribiendo su tesis doctoral sobre la conexión de discursos verdes globales, la planificación local y la justicia ambiental en el ámbito urbano vasco.

Jaione Ortiz de Zarate
Arquitecta y urbanista. Forma parte del centro de investigación BC3 (Basque Centre for Climate Change) en el equipo que desarrolla investigaciones y proyectos relacionados con la resiliencia y la adaptación climática urbana. Actualmente desarrolla proyectos en áreas de la Estrategia climática vasca 2050 – URBANKLIMA vinculados a la gobernanza, la participación y las relaciones entre la salud, el cambio climático y la planificación urbana y territorial.

María Ruiz de Gopegui
Arquitecta y urbanista especializada en gestión y diseño urbano-paisajístico y adaptación climática. Investigadora en BC3 (Basque Centre for Climate Change), actualmente cursando un doctorado en el laboratorio BCNUEJ “Barcelona Lab for Urban Environmental Justice” del ICTA-UAB (Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals, Universidad Autónoma de Barcelona), examinando las implicaciones de los proyectos de adaptación del espacio público desde la perspectiva de la justicia climática